El coronel Góngora, de la Academia de Artillería, desplegó orgulloso su catalejo. Gracias a él, por fin, se podrían leer las marcas dejadas por la milenaria y desgastada cartela del acueducto de Segovia que desvelaban quién, cuándo y por qué ordenó construir esta impresionante obra en un municipium que no se encontraba entre los más importantes del Imperio Romano. Pero fuera porque el militar decimonónico no estaba muy ducho en latín o porque el anteojo no resultaba lo suficientemente potente, lo que garrapateó en el papel no resultó bastante para que el canónigo Andrés Gómez de Somorrostro ―que había enviado al artillero a copiar lo que viese― descifrase una sola palabra. No obstante, habría posteriormente más intentos, como subirse con una grúa hidráulica para observarlo de cerca, intentar recomponer el rompecabezas de tres placas epigráficas latinas relacionadas con la ciudad o abrir excavaciones en uno de los extremos de la conducción a la búsqueda de más datos.
Estas historias, que relata Dominica Contreras López de Ayala (Madrid, 83 años), X marquesa de Lozoya y académica de Historia y Arte de San Quirce, en su libro Misterio del acueducto de Segovia. Vicisitudes y datación (Editorial Almuzara, 2023), son algunas de las múltiples investigaciones que se han emprendido desde hace siglos para determinar la autoría del símbolo más reconocible de la ciudad castellana. Pero lo más llamativo e incomprensible es que la respuesta definitiva al interrogante histórico se encuentra, según Contreras, enterrada entre el campo de fútbol del segoviano colegio Claret y los urinarios para los jugadores. “He pedido muchas veces que se excave, pero los padres no quieren oír ni hablar de eso”, asevera la académica.
Hasta ahora, lo más aceptado era que el acueducto segoviano fue construido durante la época del emperador Trajano (gobernó entre los años 98-117 d. C.). Pero teorías ha habido para todos los gustos. Carlos Fernández Casado, el ingeniero que lo restauró hace décadas, estaba convencido de que era obra de Claudio (gobernó entre el 41 y el 54 d. C.). El historiador local José María Martín, que también cogió los prismáticos como el coronel Góngora para intentar descifrar la cartela, creyó leer “del emperador Nerva”. Otros, al contrario, aseguraban que fue obra de Adriano (117-138 d. C.) o de Teodosio (379-395 d. C.), porque habían encontrado algunas monedas y restos arqueológicos de sus épocas en la base.
Para complicarlo todo un poco más, Ambrosio de Morales (1513-1591) ―historiador y arqueólogo que envió Felipe II para hacer una relación de las riquezas artísticas, religiosas o históricas de su reino― dio cuenta de una epigrafía supuestamente hallada en Segovia que se refería al acueducto. De Morales, que ya tenía experiencia en montar algunos líos históricos por los pueblos por donde pasaba ―encontró el cuerpo de san Eufrasio en Valdemao (Lugo), pero lo identificó como obispo de Andújar cuando era de Mengíbar―, aseguraba que la inscripción decía que había sido construido por Lartius Licinius, gobernador de Hispania. Licinius rigió, por orden de Vespasiano, la provincia Tarraconense, pero solo gobernó entre el 69 y el 70 d. C., año en que murió atragantado por un hueso de aceituna.
Su prematura muerte desvelaría, por tanto, cuándo se ordenó construir el acueducto, el único año que gobernó la provincia. Pero había un problema: Morales nunca estuvo en Segovia y jamás vio la inscripción que describe, sino que se lo contaron. De hecho, el historiador Francisco de Masdeu (1744-1817) no la consideraba como auténtica, “porque el texto de Morales no es estilo epigráfico [de la época de Vespasiano] y se puede presumir como añadido”: él escribió en latín lo que le dijeron que ponía en el original.
Dominica Contreras ha llegado ahora a la conclusión de que Morales tenía razón y que el emperador Vespasiano fue quien ordenó construir la gigantesca conducción pétrea o, por lo menos, dio el visto bueno para que Licinius la levantara. Se basa en las tres únicas inscripciones latinas que se conocen y que están relacionadas con el acueducto. La primera estaba insertada en la desaparecida puerta de San Juan, derribada en 1888. El rastro de la losa se ha perdido, aunque queda una borrosa foto de ella. En 1804 el padre Manuel Cerralbo, del convento de San Agustín, consiguió interpretarla a base de repasar las letras con un lápiz muy blando. En ella se leía algo así como ―una línea de las cuatro que contenía no se pudo transcribir por mucho que el religioso pasase el lápiz― que “Lartius Licinius, gobernando Hispania, mandó edificar este acueducto”.
El segundo documento es un bronce hallado en la calle de Melitón Martín, donde se demuestra que en el reinado de Tiberio (14-37 d. C.) ―emperador anterior a Vespasiano― Segovia ya era un municipium, por lo que contaba con autonomía para construir sus propios edificios. En época de Licinius, la situación se mantenía.
Y la tercera inscripción es la que lucía directamente en el acueducto y que estaba formada por grandes letras doradas adheridas a la piedra con plomo. Con el paso del tiempo, algunas se desprendieron poniendo en peligro la vida de los que transitaban bajo la conducción, por lo que en el siglo XVI se decidió arrancarlas todas. Solo quedaron las perforaciones que las sujetaban a la piedra.
Tanto el canónigo Gómez Somorrostro ―con los dibujos que le pasó el coronel Góngora―, como todos los estudiosos siguientes intentaron reconstruir la inscripción con las marcas que habían dejado las letras desprendidas. Pero no tuvieron éxito. Hasta que en 1992, el epigrafista húngaro Geza Alföldy y el arqueólogo Peter Witte decidieron coger el toro por los cuernos. Subieron a 20 metros de altura en una grúa para fotografiar las perforaciones. Determinaron que cada inscripción —había una idéntica en cada lado― constaba de 131 letras con 26 puntos intermedios de separación. Y así se podía leer: “Mandado por el emperador Nerva Trajano, César, Augusto, Germánico, pontífice máximo, en su segunda potestad tribunicia, dos veces cónsul, padre de la patria. Publio Mummio Mummiano y Publio Fabio Taurus del municipio flavio de los segovienses restauraron el acueducto”. O lo que es lo mismo, no lo construyó Trajano, solo lo restauró. Por lo tanto, es anterior a él.
Contreras, basándose en el estilo arquitectónico del acueducto y comparándolo con otros monumentos del Imperio, considera que se trata de una obra de época de la familia de los Flavios (Vespasiano, Domiciano y Tito, entre los años 69 y 96). Lo comienza Vespasiano ―lo demuestra la inscripción de la Puerta de San Juan donde se menciona a Licinius―, lo continúa Domiciano ―de este no se conserva nada porque se convirtió en dictador y lo mataron― y lo repara Trajano (98-117). Se ignora cuándo fue terminado, pero teniendo en cuenta que una obra de este estilo necesitaba varias décadas de trabajos, quizá fue acabado durante el mandato de Adriano (117-138 d. C.).
Columna conmemorativa
Contreras, además, asegura que la columna conmemorativa del inicio de las obras está enterrada al inicio del acueducto, donde ahora se levantan unas pistas deportivas y unos urinarios del colegio Claret. “La columna se pudo ver en los años ochenta al levantar la huerta del colegio para hacer unos campos de deportes, y allí sigue, en un terreno bastante libre y superficial, muy fácil de recuperar”, afirma. “Aquello fue tremendo. Los obreros, cuando terminaban la jornada, recogían cabezas de esculturas, grupas, monedas y hasta un bajorrelieve que vendían por 30 o 40 euros a la gente interesada. Luego se iban a merendar. Todo Segovia lo sabía y me confirmó un anticuario. Ahora todo están en manos privadas”, afirma.
Y termina: “La columna conmemorativa, así como otros elementos de este gran yacimiento, serían muy fáciles de detectar mediante magnetometría, resistencia eléctrica o georradar. Puede reservar muchas sorpresas por su situación junto a una vía de salida de la ciudad [carretera de La Granja], como por ejemplo sepulcros relevantes con nombres. Pero los claretianos no quieren saber nada. Se lo he dicho también al responsable arqueológico de la provincia. Dice que solo es una suposición. Pero no lo es”. Se encoge los hombros y entorna sus enigmáticos ojos azules.
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