El aye aye, uno de los primates más raros del mundo, el gecko y el pájaro pico zapato son algunos de los grandes olvidados en la conservación. El programa EDGE of Existence de la Sociedad Zoológica de Londres dedica sus esfuerzos a la conservación de estas especies poco conocidas, pero que son únicas e irremplazables. Paul Barnes (Adderbury, Reino Unido, 37 años), doctor en Antropología Medioambiental y director del proyecto, asegura que “sin la pasión y el compromiso” de los conservacionistas locales, que están sobre el terreno, el programa no sería nada. Su trabajo consiste en financiar a estos investigadores y lograr que los recursos lleguen a las regiones y animales que más lo necesitan, más allá de las especies emblemáticas y conocidas. El programa recibió en 2023 el premio mundial BBVA a la conservación de la biodiversidad.
Pregunta. ¿Cuál es el objetivo del programa EDGE of Existence?
Respuesta. Hay animales muy amenazados que reciben mucha atención, como los elefantes, pero nosotros nos ocupamos de los desvalidos, los olvidados, pero que son únicos e irremplazables. Ahí es donde intentamos canalizar los recursos de formación y económicos. Ayudamos a los conservacionistas locales para que mantengan a las especies en sus países de origen. Lo hacemos principalmente con un programa de becas.
P. ¿Qué consideran una especie al límite?
R. Son las catalogadas en peligro o peligro crítico, pero que, además, son evolutivamente diferentes, que no tienen parientes, de forma que su desaparición implicaría la extinción de toda una línea evolutiva. Son únicas por su singularidad, por la forma en la que viven y se comportan.
P. ¿Algún ejemplo?
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R. En España, por ejemplo, podrían ser el desmán de los Pirineos o los alimoches. Nuestro logotipo es el equidna australiano [una especie de erizo con un pico largo del que no se conocen subespecies]. También están los pangolines o el pájaro picozapato, ¿existe otra especie de ave igual?
P. ¿Cuáles son las especies más amenazadas?
R. Hay muchas, pero las que peor lo están pasando son probablemente las que se han aclimatado para vivir en áreas específicas y pequeñas. Estamos trabajando, por ejemplo, con el gecko enano colombiano, un lagarto increíblemente pequeño, que vive en una zona del bosque seco tropical de Colombia, o el gecko rock, al que se ha localizado en un pequeño afloramiento rocoso en Paraguay. Son lugares tan específicos que podría acabar con ellos cualquier cosa: un desastre natural, una inundación, algo así, y no habría reemplazo. Hay muchas especies en el mundo de las que ni siquiera sabemos cómo se encuentran. Pensemos en los anfibios, a menudo confinados en lugares muy concretos como en montañas a gran altitud en la selva tropical, que son increíblemente sensibles al cambio climático y a las enfermedades.
P. Su red de colaboradores es básica para el funcionamiento del programa.
R. Sí, tenemos la beca de investigación, de la que ya se han beneficiado casi 140 investigadores locales en todo el mundo, que forman a otros. Gran parte del trabajo que hagamos en el futuro vendrá de ellos, porque acudimos a ellos en busca de apoyo, son los que conocen el lugar, a las personas, la situación política… También establecemos colaboraciones científicas con universidades y otras organizaciones conservacionistas. Pero sin la pasión y compromiso de los conservacionistas del país al que apoyamos, nada de esto se hubiera conseguido. Todo depende de estos científicos.
P. ¿Han logrado sus objetivos?
R. Todas las becas que hemos concedido han sido un gran éxito. Esto demuestra que, si se invierte en las personas, se les dedica tiempo, la conservación funciona. Hemos visto especies que han pasado a estar menos amenazadas. Ahí están los éxitos, que abarcan a 157 especies en 47 países. Creo que nuestro fracaso como programa es no poder ayudar más, tenemos que encontrar la manera de llegar a más lugares, a más personas.
P. ¿Qué significó para ustedes la fama de la tortuga del río Mary en Australia, conocida por su pelo de algas verdes?
R. Era una de esas historias que cautivan la imaginación de la gente, que ayuda a establecer una conexión con la especie. Pensaron que era un animal divertido y se hizo viral. Antes de publicar los comunicados de prensa sobre ella, nadie habría pensado que se convertiría en un icono de la conservación. Para hacer que la gente se preocupe por algo tienes que intentar crear ese vínculo. Por ejemplo, el aye-aye, una especie de lémur único de Madagascar. Miras una foto y es increíblemente feo, pero a la vez es muy gracioso con ese dedo largo que utiliza para atrapar a los gusanos. Hay que construir un puente para que la gente se acerque a él. Cuando lo haces y captas la imaginación de la gente, esta se muestra receptiva. Si vives en España y hay especies extinguiéndose en la cima de una montaña en Camerún, ¿cómo haces entender que eso es potencialmente un problema? Es uno de nuestros mayores retos.
P. ¿Confirma su trabajo que estamos en la sexta extinción masiva?
R. Sí, las pruebas demuestran que estamos perdiendo muchas especies. Creo que es principalmente por la destrucción de su hábitat, propiciada por el ser humano y el cambio climático. Con el aumento de temperaturas, su entorno cambia, aparecen enfermedades y no hay sitio para ellos.
P. ¿Por qué es tan importante esta pérdida de biodiversidad?
R. La diversidad representa todo lo que es interesante en el mundo, también en las culturas y en las lenguas, es lo que le hace único y resistente. Si perdemos especies, desaparecen ramas enteras de la historia evolutiva, se pierde parte de la resiliencia del sistema para poder adaptarnos y soportar los choques.
P. El mes pasado terminó la COP 28. ¿Cree que en estas cumbres se dedica mucho espacio a los combustibles fósiles y poco a la biodiversidad?
R. Históricamente ha sido así, pero cada vez hay más presión para reconocer que todo va unido. Si eso se traduce en reconocimiento y voluntad política es otro tema de debate y veremos qué pasa en los próximos años. En realidad, mi trabajo no tiene mucho que ver con el cambio climático y no estoy seguro de cómo deberían hacerse las cosas. Pero me gustaría ver más ambición política en mi propio país para intentar liderar estos problemas. Hemos dado marcha atrás en algunos de nuestros compromisos y hemos estado concediendo licencia para nuevos combustibles fósiles. Me gustaría que se pusiera fin a eso, de verdad. Creo que la gente es muy consciente de lo que está ocurriendo, especialmente las generaciones más jóvenes.
P. ¿Cree que llegamos a tiempo de echar el freno?
R. Sí, definitivamente, solo hay que hacerlo. No tiene sentido desesperarse, tiene que haber ganas y dar a conocer que hay medidas que funcionan. Uno de los problemas es que la conservación depende casi exclusivamente de la filantropía y la buena voluntad de las organizaciones que la llevan a cabo. Hay que ampliarla rápidamente y abrir nuevos mecanismos de financiación.
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