Marc Masip, de 36 años y nacido en Barcelona, se adelantó en 2016 a la reflexión del dibujante Chris Ware en el último número de noviembre de The New Yorker. El dibujante estadounidense ilustró la mesa de una cena el día de acción de gracias en la que todos los integrantes están con su móvil revisando, mejorando y compartiendo las fotos que tomaron esa misma noche, en un intento de “editar la vida para convertirla en algo que parezca la representación perfecta de la felicidad”, según las palabras del propio Ware. En el verano de 2016, cuando apenas se hablaba del tremendo impacto de los smartphones en las relaciones sociales, Masip colgó una foto en Twitter (ahora, X) de toda una familia comiendo en un restaurante en la Costa Brava en la que el único que no miraba la pantalla de su móvil era un niño, que contemplaba el momento. “Era una imagen muy impactante y hasta me llamaron las teles para comentarlo”, cuenta el psicólogo y fundador del proyecto Desconecta, lanzado en 2012 para dar apoyo terapéutico y educativo a menores de 11 a 17 años con problemas de adicción a las tecnologías o trastorno de salud mental.
Ahora, Masip es el responsable de tres centros en Barcelona, Madrid y Málaga en el que 420 chavales se recuperan en hospitales de día y en lo que ellos llaman aulas terapéuticas, que vienen a sustituir a los centros educativos convencionales y ofrecen un programa académico adaptado a las necesidades de estos pacientes, con recursos como pedagogas que personalizan las técnicas de estudio en aulas de seis personas. Todo bajo el paraguas económico del Instituto Nacional de la Seguridad Social a través del seguro escolar, de forma que las familias solo deben hacer frente al pago de una parte “residual” de las cuotas mensuales.
Masip, que participó este noviembre en el debate Niños y pantallas, ¿qué estamos haciendo?, organizado por la Fundación San Pablo Ceu dentro de su ciclo de charlas #CEUTalks, responde a las preguntas de este diario.
Pregunta. ¿Por qué pensó en 2012 en el peligro de las tecnologías?
Respuesta. Desconecta nació en una época en la que la sociedad aún no era consciente de los riesgos que supone estar enganchado al móvil. La dependencia que han creado las tecnologías ha superado todas las previsiones educativas y sanitarias. En aquel momento me llamaban loco, ahora seguramente visionario. Lo que pusimos entonces en marcha fue el primer programa psicoeducativo de adicción a las tecnologías, redes sociales y videojuegos. Empezamos a ver a mucho adolescente enganchado, pero sin entender el origen de las patologías. Ahora sabemos que la patología en sí suele estar oculta de forma previa al uso del dispositivo, que lo que hace es desplegar como un altavoz enorme ese problema. Por ejemplo, las chicas que sufren anorexia acuden a las redes sociales para comparar su cuerpo, o algunos casos que empiezan como absentismo escolar acaban en fobia social por el encierro y el tiempo que los chavales pasan encerrados en su habitación con los dispositivos. Es importante recordar que la OMS todavía no reconoce la adicción al móvil y a la tecnología como una enfermedad, como sí sucede con los vídeojuegos desde 2022. Creo que es cuestión de tiempo.
P. Ahora ya se empiezan a ver las consecuencias. ¿Ha aumentado la demanda en sus centros?
R. En 2012 empezamos con sesiones individuales, pero pronto vimos que no era suficiente una hora por semana, no había una consistencia ni alianza terapéutica. Entonces montamos la siguiente fase: hospitalización de día y aula terapéutica. Los chicos vienen cada día más de seis horas a nuestras instalaciones y hacen terapia individual, de grupo, talleres, y terapia familiar. Este punto es obligatorio, necesitamos familias implicadas, si no es imposible avanzar con sus hijos. En el aula terapéutica se refuerza la parte académica. Tenemos aulas de seis alumnos, en ESO y Bachillerato tienen una pedagoga individual cada semana, técnicas de estudio personalizadas, no tienen deberes. Tienen psicóloga, psiquiatra y a la vez sus clases de mates, lengua o inglés. El curso pasado tuvimos un 97% de aprobados en selectividad. El perfil mayoritario son chavales que vienen con un trastorno de salud mental, y vemos que en todos ellos la tecnología tiene un papel importante.
P. Entonces, ¿a sus centros acuden adolescentes que han dejado los estudios?
R. No, son chavales que quieren estudiar, pero no pueden ir a un centro convencional. Un chico que tiene fobia o que lo está pasando mal no puede afrontar estar en una clase con otros 30 chavales. Un TDA (Trastorno por Déficit de Atención) no funciona igual en grupos grandes que reducidos. Para la parte académica, tenemos convenios con centros educativos como el Agora International School —un centro privado que abarca desde los cuatro meses hasta los 18 años―, o el Zurich Schüle en Barcelona, Madrid y Málaga, donde abrimos hace un mes. Los chicos estudian en nuestras instalaciones aunque son los centros académicos los que luego los evalúan y expiden los títulos. Son 100 alumnos por centro y no podemos ni queremos asumir más. Hablando del centro de hospitalización de día, la media de recuperación es de año y medio.
P. ¿Qué ventajas tiene poner en una misma clase solo a chavales con patologías? ¿No es sacarles de la sociedad y llevarles a un entorno poco realista?
R. Lo más importante es que están en un entorno seguro. En el otro entorno es donde están mal. A veces te preguntan los padres, ‘oye, ¿con quién va a estar mi hijo?’… y luego es ese menor el que tiene una situación más compleja o conflictiva. Los chicos cuando llegan están enfermos o tienen una necesidad educativa especial, son menores que sufren cada día que van al colegio. Hay muchos chavales que van cada día al instituto pensando que quieren quitarse la vida y no lo dicen, ni siquiera a sus padres. Este es un entorno en el que están muy cuidados.
P. Cuando llegan a la universidad, ¿continúan con ese acompañamiento?
R. Entonces, ya son mayores de edad, los tienes que haber preparado para que salgan. En cualquier centro educativo, pasar del bachillerato a la universidad es un salto. Para estos chicos también. Pasando por aquí, ganan método de estudio y autonomía. En caso de recaída, hay acompañamiento terapéutico.
P. ¿Cuánto cuesta un mes en uno de sus centros?
R. El 80% lo cubre el Estado a través del seguro escolar, es accesible para cualquier familia. Se ha visto que la pública no da abasto, y el Estado les ayuda así. Normalmente, cobramos a nueve meses vista. Vas haciendo la bola hasta que te empiezan a pagar, mientras tanto lo asume Desconecta. Como centro, hay que cumplir una serie de requisitos bastante bestias, sé que cuatro o cinco centros más lo tienen, pero pocos más.
P. Cuando les llegan adolescentes con un problema serio de adicción al móvil, ¿cómo se aborda?
R. Los tratamientos para la adicción al móvil son complejos porque sabes que es un elemento con el que van a tener que convivir, no es como la adicción a una sustancia, que se elimina para siempre. Del móvil se puede hacer un uso responsable, aunque todavía estamos en el ensayo-error. El síndrome de abstinencia en estos casos tiene un pico muy alto y potente, pero baja muy rápido, a diferencia de las drogas donde esa necesidad de consumo se mantiene alta. El ser humano lo que más desea es ser libre y ellos tienen muchísima libertad en un móvil. Donde más lo usan es en su cama y en el baño, y más de noche que de día porque hay menos control. Hay niños que si no hubiesen tenido móvil pronto, ahora no estarían enfermos. Por ejemplo, si con 12 años le das a un niño la libertad de encerrarse en su cuarto con un móvil no puedes esperar que lo utilice bien. Muchos de los chicos que nos llegan con adicción a la pornografía comenzaron así. Su cerebro no está madurativamente preparado para ese potencial. La sintomatología más grave que vemos en adolescentes se da en su habitación.
P. Cuando les plantean a las familias que no entreguen tan pronto smartphones a sus hijos, imagino que la reacción es que no quieren excluirles del grupo de amigos, ya que el principal canal de comunicación es Whatsapp o Instagram.
R. Les explicamos que no se genera ningún trauma, es mentira que por no tener móvil no vayan a tener amigos. Si por no estar en el grupo de Whatsapp no le avisan para los cumpleaños, el problema no es el chat, son las dificultades que tiene el chico. Lo más importante es que entiendan que con el móvil no están más integrados, sino que hay más aislamiento social. Hemos de exigir a los padres que se formen y actúen. En parte, es cierto que no se les ha informado de los peligros, y las tecnológicas no lo van a hacer porque sus hijos son el producto. Es un tema que nos ha arrollado, no lo hemos visto venir. Ahora, los padres empiezan a sacar la cabeza. También te digo que hay chicos con patologías diagnosticadas que no siguen el tratamiento por la negación de sus padres, por miedo.
P. ¿Están viendo que a los chavales les cuestan las relaciones cara a cara?
R. Las relaciones de los adolescentes son cobardes, tienen mucha capacidad para relacionarse a través de las pantallas y decir de todo, te quiero, eres mi colega, pero luego en el cara a cara han perdido la capacidad de esta interrelación real. Hay que dar dos pasos atrás con la tecnología y recuperar las relaciones humanas. Es cierto que no todo recae sobre las familias, hay que controlar a las tecnológicas, ponerles límites, por ejemplo, prohibir el scroll infinito que es un elemento adictivo. El mismo creador del scroll infinito ha reconocido en diferentes entrevistas que le sabe muy mal haberlo hecho. El doble check azul es otra herramienta de control. ¿Qué regula a las tecnológicas, el autocontrol de un crío de 12 años? Necesitamos leyes estatales con urgencia.
P. ¿A las familias les diría que no al móvil hasta los 16 años?
R. 16 por no decir otra barbaridad (se refiere a los 18). A las familias les diría si han tenido hijos es para estar pendiente. Las pantallas resultan muy cómodas cuando son pequeños, pero luego cuando aparecen las patologías se convierten en algo muy incómodo. ¿Cuántos de los casos se podrían haber evitado si la familia hubiese estado más acertada? Hay que estudiar, hay que leer, y hay que saber decir que no.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_