La exposición Vista parcial de Ibon Aranberri (Gipuzkoa, 54 años) se envuelve en una atmósfera particular. Los restos industriales (armazones, tarimas, herramientas, piedras) dispersos a lo largo de las salas provocan la sensación de estar frente a un cementerio de fábricas o un lugar abandonado que en el pasado tuvo una intensa actividad. A los fósiles manufactureros se contraponen vídeos y fotografías de paisajes naturales: es la reflexión sutil de las consecuencias de la industrialización que transforma espacios en nombre del progreso. Las ruinas que deja a su paso la modernidad es uno de los ejes de la obra de Aranberri, a quien el Museo Reina Sofía dedica una muestra antológica de más de 40 piezas que se puede visitar desde este miércoles hasta el 11 de marzo de 2024.
“Me formé en los años 90 y nuestra educación se basaba en el legado de lo moderno. Toda esta transformación no viene de la nada, sino de una acumulación previa en forma de industria productiva, industria pesada que termina su ciclo y deja su huella”, asegura a EL PAÍS Aranberri, cuyo trabajo también se puede encontrar en el Macba o el Guggenheim de Bilbao.
Una de las primeras obras de Vista parcial es Mirando a Madrid desde la distancia (2000). La pieza está compuesta por duplicados analógicos de una misma fotografía en la que el artista, en lo que parece ser el pico de un cerro, observa a través de unos prismáticos. Ese entorno ha sido engullido por la urbanización y hoy no es posible reconocer el lugar. “Me interesa buscar los orígenes de este cambio histórico en el tiempo y poder entender sus motivos”, añade el artista vasco.
Otro ejemplo de cómo la industria devora los espacios es Luz de Lemóniz (2000), una serie de maquetas, fotografías y diapositivas sobre la construcción inconclusa de la central nuclear de Lemóniz (Bizkaia). El polémico proyecto, ideado en la década de los setenta, marcó un antes y un después en la memoria emocional de la comunidad, la lucha social y política se agitó, se produjeron numerosas detenciones y varias personas perdieron la vida en atentados y cargas policiales, hasta que en 1984 el plan para la central nuclear quedó paralizado. A partir de este hecho, Aranberri realiza trazados de mapas figurados y documentación gráfica: “Es la propia arquitectura, el espacio habitado, lo que perdura en la memoria colectiva”, refiere.
El desplazamiento de espacios a favor de la industria es visible también en Obstáculos para la renovación (2010-2022), donde el artista recupera fotografías de las paredes de una ermita que fue desmontada para montar una papelera. La misma idea se aborda en Gramática de meseta (2010), en la que reflexiona sobre la destrucción del patrimonio como consecuencia de la construcción de grandes infraestructuras públicas y la descontextualización de sus ruinas para dotarlas de nuevos usos simbólicos; o en Política hidráulica (2007), una instalación formada por casi un centenar de fotografías de presas y embalses, enmarcadas en diferentes tamaños y encuadres. “Concibe el arte como una mirada enfocada hacia los restos, gestos o límites de un todo nunca definido por completo. Evidencia cómo el entorno natural es utilizado como un asidero para la proyección de ideologías”, explica Beatriz Herráez, comisaria de la exposición junto a Manuel Borja-Villel, sobre la producción de Aranberri, que ganó reconocimiento internacional después de su participación en el Documenta de Kassel 2007.
El epítome de la visión de Aranberri de lo industrial como objeto de análisis es Máquina manual (2016). En ella dispone, en cinco mesas, decenas de artilugios y herramientas de construcción y fabricación, acompañadas de un manual de instrucciones. En cuanto a su faceta ecológica, resalta Geometría de los ajugeros negros (2019), las enormes planchas de acero con las que se encerró en una cueva de Oñate (Gizpukoa) en 2003 para cerrar el paso a personas y dejando solo un agujero para los murciélagos.
La comisaria Martínez insiste en que Vista parcial no es una retrospectiva porque no está ordenada de forma cronológica, sino a partir de “cercanías, sincronías y relaciones tangenciales”. Aranberi jugó con la iluminación, espacios, vistas y formas del Reina Sofía para instalar sus piezas. “No todos los espacios ofrecen esta multiplicidad. Pasé mucho tiempo en el museo y fue como habitar tu propia casa, cada sala tenía su propia condición, historia. Me enfrenté también a exposiciones anteriores para ver cómo se relacionaban y usaban el entorno”, asegura el artista vasco, que ha expuesto en Japón, Italia, Alemania, Suecia, Brasil y Reino Unido, entre otras ciudades.
La exposición viajará al País Vasco el próximo abril de 2024, en el Museo de Arte Contemporaneo Artium. Allí se modificarán algunas piezas para adecuarse a los nuevos espacios y dotar a la muestra de una nueva lectura, porque, como puntualiza Martínez, un nuevo análisis surge de la obra de Aranberri cada vez que se revisita su trabajo.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_