¿Es una distopía un mundo en paz? ¿Es posible imaginarnos un mundo donde no haya atrocidades, guerras, genocidios y holocaustos? ¿No es para lo que educamos en las aulas? ¿Para que no sean posibles genocidios y holocaustos como los de Auschwitz o Gaza? ¿Para que seamos capaces de construir en pleno siglo XXI un mundo sin ejércitos, sin armas y sin violencia? ¿No debemos invertir más presupuesto en educar para la paz, que en la guerra? Es más, ¿no debemos reorientar ya el gasto militar en financiar una educación para la paz sistemática y global en todos los centros educativos? ¿No debería ser una prioridad en las políticas educativas del nuevo año y en los presupuestos del 2024 en adelante?
Para eso debemos dar pasos decididos no solo desde las escuelas sino también desde la política. Pasos progresivos, pero claros. No estoy diciendo que desaparezcan ya mismo los ejércitos y la industria armamentística, lo cual espero que sea un logro de las futuras generaciones. Sino de establecer una hoja de ruta para lograrlo progresivamente. Para ello debemos impulsar, a través de la educación, una cultura de paz, que haga cada vez más inútiles los ejércitos y las armas y que impulse un clamor social que exija su supresión. Si lo hemos hecho con el maltrato y matanza animal (especialmente los toros), cómo no lo vamos a conseguir con el maltrato y matanza entre los seres humanos. En esto consiste también avanzar en civilización.
Esos pasos conllevan decisiones políticas de gobiernos, tanto estatal como autonómicos, que primen la humanidad y la civilización y que apuesten decididamente por los derechos humanos y la educación para la paz también en las políticas educativas.
En primer lugar, no deberían permitir que el ejército tuviera presencia en espacios educativos o en ferias y exposiciones juveniles, con la excusa de que es una profesión más (como el stand del ejército en la feria juvenil del empleo y la educación “Educ@emplea” en Alicante recientemente). Ni que el alumnado participe en exhibiciones, desfiles y simulacros militares. Ni dar formación militar a los docentes, como hacen algunas comunidades autónomas. En la escuela, al contrario, hemos de informar sobre las consecuencias atroces de las guerras, los riesgos y daños que hacen las armas de destrucción masiva y la experiencia histórica al respecto, la cual demuestra sistemáticamente que la verdadera función de los ejércitos es obedecer los intereses de los poderosos y consolidar por la fuerza y la violencia un determinado orden de las cosas, que hace que los que se han enriquecido sigan enriqueciéndose y a quienes se ha empobrecido mantenerlos en permanente sumisión. Que son estos quienes mandan a los hijos e hijas de la clase trabajadora a que se mate con otros hijos e hijas de la clase trabajadora de otras naciones o pueblos, para adueñarse y controlar los recursos del planeta.
En segundo lugar, en la escuela debemos enseñar que matar a otros seres humanos no es una profesión más. Analizar cómo innumerables estudios e investigaciones demuestran que “la violencia innata del ser humano es un mito”. Explicar que no hay argumentos serios para defender la existencia de los ejércitos actualmente. Que en el planeta hay países que carecen de ejércitos y, a pesar de ello, su integridad territorial no sufre amenazas externas. Que las amenazas tienen poco o nada que ver con hipotéticas invasiones por parte de países vecinos y sí mucho con intereses de acaparar recursos y riquezas para las grandes multinacionales, así como emergencias climáticas o pandémicas, problemas de cohesión y justicia social, de atención sanitaria, educativa, de desempleo, pensiones etc. Que, por lo tanto, la seguridad entre Estados se consigue con diplomacia, acuerdos de cooperación y cambios sustanciales en las relaciones internacionales que promueven la violencia estructural, intercambios culturales y comerciales, pactos de convivencia y buena vecindad. Lo que la acción militar genera, como se ha constatado, son situaciones de inseguridad y riesgo al crear nuevos enemigos, como ocurrió con la participación de España en las invasiones de Afganistán e Irak.
Como explica Jordi Calvo, los riesgos y amenazas a la seguridad de los países y poblaciones (donde incluyen el terrorismo internacional y los extremismos violentos, el crimen organizado, los ciberataques, las armas de destrucción masiva o los conflictos armados) requieren y merecen la intervención pública, pero en ellos los ejércitos tienen, en el mejor de los casos, una función residual y menor en algunas ellas, siendo otros ministerios los que se encargan de la mayor parte de las amenazas a la seguridad de un país. Incluso en el caso de la respuesta a catástrofes o pandemias en las que ha participado la UME (el servicio mejor valorado), debería ser un servicio del cuerpo de bomberos, que bien podrían hacer, si tuvieran los medios de la UME, y quizá mejor, ya que su formación y experiencia es específica para ello o un cuerpo de protección civil con los medios suficientes.
En tercer lugar, hemos de educar para no seguir destinando nuestros impuestos a la guerra. El presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower declaró: «Cada arma que construimos, cada navío de guerra que lanzamos al mar, cada cohete que disparamos es, en última instancia, un robo a quienes tienen hambre y nada tienen para comer, a quienes tienen frío y nada tienen para cubrirse. El coste de un bombardero pesado nuevo es el siguiente: un colegio nuevo en más de 30 ciudades». Menos de una décima parte del gasto militar mundial sería suficiente para conseguir alguno de los objetivos del milenio, como la eliminación de la extrema pobreza.
Sin embargo, el presupuesto gubernamental ligado a los ejércitos ha experimentado un crecimiento meteórico y desproporcionado, incluso con el actual gobierno de coalición que se proclama progresista. El incremento de un 26% del presupuesto del Ministerio de Defensa en 2023, el 72% —hasta los 5.000 millones— de la parte dedicada en exclusiva a la compra de armamento, cuyo destino final es destruir y ser destruidos, o acabar, rápidamente, en la obsolescencia… El actual gobierno, desde enero de 2023 ha destinado a gasto militar una cifra tres veces superior a la del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 y equivalente a la suma de los presupuestos de los ministerios de Agricultura, Cultura, Igualdad, Política territorial, Universidades, Presidencia y Consumo.
Como plantea el colectivo Utopía Contagiosa nos tenemos que hacer tres preguntas: ¿Qué hay que defender?, ¿cómo lo queremos defender? y ¿quién es el sujeto de la defensa? Ante la primera, desde la escuela, hemos de educar para la defensa social del bien común y la seguridad humana: la educación, la sanidad, la vivienda, el trabajo, el medio ambiente, la democracia participativa, la solidaridad con las personas y las relaciones internacionales justas con los países empobrecidos…, no para la defensa típica militar y belicista de la nación, las fronteras, la bandera, la patria o el statu quo del capitalismo. Ante la segunda, hemos de educar en la no violencia y la resolución pacífica de los conflictos, a la vez que formamos en una pedagogía de la desobediencia militar y armamentística, en el antimilitarismo y antibelicismo, para que nadie vaya a ninguna guerra a matar a otros seres humanos ni destinen nuestros impuestos a incrementar el arsenal militar. Aprendiendo nuevas formas y métodos alternativos de resolución de conflictos locales y mundiales desarrolladas por organizaciones pacifistas, ecologistas, feministas, vecinales, cívicas, campesinas, etc. y optando por potenciar la diplomacia, los organismos internacionales, los métodos de defensa no violenta y un comercio justo para reforzar la democracia, la civilización y el respeto de los derechos humanos. Y ante la tercera cuestión, hemos de educar para recuperar como sociedad nuestra soberanía en la defensa cívica y social, para decidir colectivamente qué hay que defender, así como las grandes líneas de esa política de defensa y a qué debemos dedicar nuestros impuestos y nuestras prioridades.
En definitiva, debemos educar para salir de la prehistoria bélica, de los valores guerreros y militaristas, para aprender a resolver nuestras diferencias y construir un mundo justo y en paz exigiendo a todos los Estados un desarme general y completo. Como decía el dibujante Forges “no hay guerras justas y guerras injustas: solo hay malditas guerras”.
Puedes seguir EL PAÍS Educación en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_