Cuando llegas a los 60, los que se mueren son tus amigos. Eso siempre que tú puedas contarlo. En los últimos 15 días han muerto dos hombres que tenían en común una pasión: comunicar. Comunicar como una manera de concebir la vida, tomando cafés y algún que otro whisky, hablando sin prisa y dejando siempre al otro una parte de razón. El último día de 2023, aún me pregunto por qué eligió esa fecha, ya que en esto de los lanzamientos era un experto, se marchó José Antonio Llorente (JALL). Lo recuerdo en un piso de Hermanos Bécquer donde estaba su agencia, junto a la primera máquina de Nespresso que vi, sentado junto a una mesa redonda, con el periódico abierto por la sección que yo, directamente, me saltaba: Economía.
Para él la mayor parte de los problemas tenían su origen en aquellas páginas. Los odios, las ambiciones, las desavenencias, fueran de lo que fueran y vinieran de donde vinieran, hablaban de dinero. Había que entender qué peligros podían acechar a alguien para después intentar buscar una solución. Pero si algo tenía JALL era sutileza. Ciertos datos los guardaba en la recámara. Si una persona estaba al borde de la quiebra o había metido la pata hasta el fondo, debías facilitarle que lo compartiera, pero como un mero desahogo. Y si no, respetar su silencio, y aconsejarle como si hubiera confesado.
El sábado 13 de enero, poco antes del Telediario de las 21, otra mala noticia acababa de producirse. A eso de las once, EL PAÍS informaba de que había muerto Miguel Barroso. Yo me enteré por un link que me mandó alguien que en su día trabajó para el exministro del PP, Eduardo Zaplana, quien al día siguiente acudió al tanatorio con la misma perplejidad y respeto que dirigentes del PSOE de ayer y hoy. Ese era Miguel. Alguien crítico, en especial con los más cercanos. La primera vez que lo vi fue cuando dirigía la Comunicación desde Moncloa. Reunió a los jefes de prensa de los ministerios y tras oír sus lamentos, porque en la televisión pública no les hacían caso, les dijo: “Eso se llama independencia. Si quieres que salga tu ministro, empléate en que lo haga mejor”.
Lo del cerebro al que se han adjudicado tantas estrategias tiene su parte de verdad, pero eso era una pequeña parte. Claro que era astuto y jugaba con el puzle de la política y de la actualidad con certidumbre, adivinando rápido dónde debía ir cada pieza. Pero sabía y defendía que sin credibilidad no hay nada que hacer. Los políticos tienen que ser creíbles y los medios, plurales.
Miguel era un apasionado de convencer. Convencer a unos y a otros. Sobre todo, a los otros. Con estos últimos nos enseñó que había que charlar, ‘emborracharse’ hasta encontrar algo en común. Y si no surgía la chispa, pues no ofenderse cuando ese otro lanzara el misil informativo. Estar preparado para la respuesta, pero sobre todo lograr que no dejara de cogernos el teléfono. Por eso, porque cada uno siempre supo cuál era su papel, Pedro J. también fue a decirle adiós.
Ni JALL ni Barroso eran perfectos, claro que no. Pero, es indudable que tenían dos cosas buenas que en estos días escasean: paciencia cuando hay que tenerla y determinación cuando es necesaria. Su ‘apuñalamiento’ en pleno invierno ha servido para que mucha gente que no se veía hace tiempo se haya vuelto a encontrar. Altos cargos, ex altos cargos, empresarios y empresarias, periodistas, publicistas, profesores, cineastas, novelistas y amigos anónimos, sorprendidos por tanto ajetreo.
Me pregunto qué hubieran hecho si hubieran podido decir algo ante su propia audiencia. JALL hubiera invitado a sus afligidos, de todos los colores y posibles, a su casa para que se conocieran mejor. Y, Miguel, fijo, no hubiera dejado pasar la oportunidad de su propio velatorio para llevarse a algunos y algunas al reservado, pedirse una perrier y ver si de allí se podía sacar algo en claro.
Comunicar empieza por hablar y por escuchar, sigue por seducir y acaba como acaba: con dos puñaladas.
Faci Peñate es directora de RSC de RTVE.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_